por Feliciano Padilla
(fragmento)
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Los llamados “Narradores de fin de siglo”, contrariamente, trabajan con menos ostentación. Quizá debido a que no tienen antecedentes en las primeras décadas del siglo pasado que los animen y los obliguen a aventuras de mayor envergadura. Lamentablemente, Puno no ha sido tierra de narradores. Hay poca tradición y la que existe se restringe sólo a tres narradores de la época de iniciación: Emilio Romero Padilla, Mateo Jayka y Román Saavedra (conocido también con el seudónimo de Eustaquio Kallata), alrededor de quienes pueden agruparse los aproximadamente 40 ó 50 escritores considerados en las Antologías de José Portugal Catacora o de Samuel Frisancho Pineda, o en los estudios realizados acerca de la novela puneña por Jorge Flórez-Áybar, que aunque escribieron cuentos y novelas de respetable factura fueron obras de trascendencia local y no merecieron reconocimiento en la historia literaria nacional o extranjera, con excepción de Emilio Romero.
Es más, durante treinta años la poesía ensombreció a la narrativa y habría estado en esa condición si no emergía la figura de Luis Gallegos con su libro “Cuentos de Q’oñi Kucho”, publicado en Puno, a inicios de los ochentas y; en Lima, la aparición de Omar Aramayo con su obra “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y perfume”, editado en Lima, todavía en el año de 1971, un libro de cuentos de poco tiraje, que circuló en Lima de modo restringido y fue conocido en Puno sólo por cinco o diez privilegiados. Después de Gallegos aparecen Zelideth Chávez, Jorge Flórez-Áybar, Waldo Vera, Jovin Valdez, Omar Aramayo, José Luis Ayala (Quizá yo también podría integrar esta promoción). Eso es todo lo que los “Narradores de fin de siglo” tienen como predecesores.
Adrián Cáceres Ortega, con su libro “Desde un rincón de tu alma”, publicado en Sucre-Bolivia, el año 1999; Bladimiro Centeno, “Cuentos ganadores del Concurso Nacional Premio Municipalidad de Paucarpata”, Arequipa 1996; Édward Huamán Frisancho, “El beso de la muerte”, Juliaca 2002; Julia Chávez Pinazo, con un libro en preparación; Christian Reynoso, “Febrero lujuria”, novela publicada en Lima, el año 2007; Darwin Bedoya, finalista de un premio nacional auspiciado por Electro Puno y; Javier Núñez, con un libro de cuentos en actual edición, son los representantes de esta nueva hornada de escritores que van caminando con pie firme y con el propósito de lograr un lugar expectante en el consenso nacional de la narrativa peruana.
Se debe subrayar que la narrativa andina de fin de siglo es narrativa andina –-valga la repetición del vocablo-- en cuanto trasuntan nuestro tiempo y recrean historias acaecidas en nuestro ambiente. Los personajes representan a grupos humanos que sufren, viven y luchan por sobrevivir en una ciudad cada vez más cambiante donde lo urbano o citadino anula todo rastro y rostro indígenas. La narrativa andina está muy alejada del viejo indigenismo. El indio no es ya el protagonista principal de sus textos, sino, el hombre común y corriente de las ciudades, el que estudia en la universidad, el que trabaja en oficina, el que es vendedor ambulante o la mujer que baila y se torna promiscua en la Candelaria. Esto, tampoco, es un hallazgo nuevo; viene de la narrativa de Flórez- Áybar, Feliciano Padilla o Waldo Vera. Quizá lo novedoso sea la actitud irreverente del escritor frente a las acciones narradas, como sucede con la Fiesta de la Candelaria, donde Christian Reynoso usa catalejos “invertidos” para ver lo festivo y pecaminoso de la fiesta. Igualmente, se observa una fuerte irrupción de erotismo audaz y, otras veces, delicado, como en la prosa exquisita de Julia Chávez, que va haciendo progresos notables en cada cuento que nos presenta. Los ritmos, el tono y la atmósfera se encuentran bien utilizados, como por ejemplo, en ese cuento surrealista “El cangrejo” de Adrián Cáceres Ortega, quien ha logrado para Puno dos premios nacionales en la República de Bolivia.
Los trabajos narrativos de esta promoción de escritores se adecuan a la estructura del cuento propiamente dicho y la diferencian de la estructura del relato. El relato no es una especie menor ni cosa parecida. Tiene su encanto y es bello como cualquier texto literario. La diferencia con el cuento es que utiliza distinta organización formal. El cuento tiene una estructura distintiva y usa otros mecanismos que lo dinamizan y le permiten sostener la tensión hasta el último segundo. Veo en estos jóvenes un afán permanente de superación, lo cual me da seguridad de que llegarán lejos.
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sábado, 5 de enero de 2008
La literatura puneña de Fin de Siglo (narrativa)
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